miércoles, abril 06, 2011

Mi Trans 2011


Esta historia es una más de las más de 1400 historias de motivaciones, ilusiones, dudas y sudores que se daban cita este año en la TransGranCanaria. En mi historia particular suponía mi primer intento de pasar de los 100 kilómetros, y llegaba con experimentos. Dos semanas antes había conseguido por fin las plantillas con las que esperaba tener menos las últimamente habituales "molestias" en la planta de mi pie cavo. Aparecían cuando superaba las dos horas de ruta, y permanecían varios días recordándome lo que había hecho. Me daba cierto reparo porque con apenas un par de rodajes con ellas de 20 km, me iba a por el reto, pero ya sabemos que no era obligatorio finalizar. Otro experimento eran los bastones, cuando nunca antes había participado en una carrera con dos bastones. El tercero, y el que más respeto me daba, era el tema de salir a correr no después de levantarme, sino al final del día. Además los viernes en esta época del año me tocan cuatro horas de clase comenzando a las 8 de la mañana.

De las más de 1400 historias que se cruzaban con un mismo objetivo ese fin de semana, la mía y la de otros 500 comenzaba el mismo viernes. Con el panorama madrugador de mi particular viernes de segundo cuatrimestre, tras terminar con las clases, comí temprano y me tumbé para intentar echar una siesta. No conseguí relajarme lo suficiente, con lo que apenas hubo un cuarto de hora de cabezada. Ahora pienso que fue un ingenuidad por mi parte no tomar un café o una cola (llevaba años sin tomarlo hasta que tuve que hacerlo en Tunte a las seis de la mañana), antes de la salida, pero de todo se aprende.

Con el lento pasar de las horas, por fin a las diez me subía en la guagua destino a Playa del Inglés, por supuesto que incapaz de cerrar los ojos. Ambiente de salida, muchas caras conocidas, amabilidad en uno de los locales donde me permitieron vaciar la vejiga. Me sorprendía que no había apenas nervios, lo cual me hacía preguntarme si me acabaría atacando el sueño.

Pese a la aparente tranquilidad la salida es muy emocionante. Los últimos años la había visto desde fuera, donde se unen emoción y envidia, pero no es lo mismo. Tras dar el pistoletazo, los que no estábamos en las primeras filas empezamos a movernos lentamente esperando a que el grupo se estirara para poder comenzar a trotar entre los gritos de ánimos de quienes allí estaban y nosotros mismos. Casi sin darme cuenta llegó el silencio. Bueno, no era un silencio completo, pero si se compara con unos segundos antes, lo parecía. De repente estábamos a solas, una serie de figuras trotanto en la oscuridad de la playa, con nuestros respectivas luces blancas y rojas, sonido de pasos sobre la arena, jadeos y respiraciones, acompañados del sonido de las olas de la marea casi alta.

Muchos intentaban ir por el pedacito de arena mojada, si bien cada vez que una ola intentaba recuperar zona de playa, veías como la fila de corredores y sus luces rojas se movían sincronizadamente con la marea para evitar mojarse. Algunas caras y movimientos conocidos, intentaba seguir las rodaduras que los vehículos habían dejado durante el día. Las calzas de los zapatos parecían funcionar, no notaba que entrara arena. Casi sin darnos cuenta comenzamos a distinguir la zona del faro, un pequeño mal paso me hizo sentir que el tobillo derecho estaba sentido, como si hubiera tenido una torcedura reciente que no recordaba. Uyuyuy ¡Cuidadito que faltan muchos kilómetros! Llegando al paseo miro el reloj antes de quitarme las calzas, y marcaba 28 minutos. Nunca había hecho ese tramo, había intentado bajar revoluciones, pero parecía que no había ido demasiado lento.



Nuevos ánimos, sonrisas, carrera por terreno fácil y cómodo. Coincidí bastantes metros con un corredor sueco que me habló de carreras por Escandinavia. Creo que también por ahí fue una de las primeras veces que Jesús y yo intercambiamos posiciones. No lo sabíamos, pero ocurriría muchas veces hasta la llegada la noche siguiente. Saltaríamos al barranco para hacer unos metros entre los flashes y más ánimos. Por suerte el barranco ni se parecía al escenario que el año anterior había visto desde el puente. Pronto alcanzaríamos la pista que nos llevaría sin apenas pausa a Ayagaures. Alguien me diría que llevábamos alrededor de 10 km en una hora. Me sentía cómodo y tranquilo.



En la pista por prudencia los repechos los caminaba a buen ritmo, y sobre las dos horas superaba el cruce cercano a Arteara para dirigirme hacia las presas. Espectáculo de luces al coger altura. Sin prisa pero sin pausa continuaba mi trote. Creo que fue en la zona tras el último barranquillo (con animación de los allí presentes) donde me alcanzaban Esther y Pedro. Nos cruzábamos con Carlos Díaz poco después, y viendo mi cara en las fotos creo que en ese momento empecé a sentirme un tanto dubitativo en las zonas favorables. Subía con seguridad, pero al bajar tenía la sensación de estar viendo peor. Pensé que era el frontal, puede que en parte, pero antes no había tenido esa sensación. De esta forma, observaba como me pasaban poco a poco varios corredores. Sin darle mucha importancia, comiendo y bebiendo, llegaba a la presa poco antes de las 3:30. Confiaba en recuperar sensaciones en la subida.



Creo que Jesús coincidió conmigo también en esos metros, me había adelantado en alguna bajada y ahora volvía a encontrarlo. En el momento del inicio del sendero, me tiré adelante de los que allí estábamos, pensando que me lo pasaría bien subiendo. Sin embargo tras unos primeros metros en los que me notaba que me acercaba a las luces que nos anticipaban, empecé a sentir que tropezaba mucho, a la vez que detrás se iban uniendo más luces. "¿Qué pasa? Muy ligero no parece que vaya". Preguntaba si me querían pasar, y no lo harían hasta que me paraba a beber un poco mientras caían las primeras gotas. Sin embargo al ponerme a seguirlos, notaba que no iba, y seguía tropezándome, la escena se produjo varias veces, parada para ponerme el impermeable, parada para beber. Ya cuando empecé a oír mi nombre y notar que no reconocía, comprendí que algo pasaba. No era hambre, era amodorramiento. Uf, y eso que ya antes había tomado un gel con cafeína con la esperanza de que no sucediera. Lo empecé a pasar mal, no disfrutaba, seguía tropezando, pensé parar y echarme a un lado cerrando los ojos, pero llovía y no tenía sentido dormir bajo la lluvia. En Tunte podría tomar un café, pero aún faltaba y me veía ir desinflando mientras me seguían pasando, saludando (y yo abobado que no reconocía si no me decían el nombre). Pablo me daría un caramelo de café, y más tarde Jorge una gominola con cafeína. "Sígueme" me decía. Incapaz, no iba. En un trozo de pista agradecí ir con bastones porque no conseguía ir derecho, hacía eses, me iba a los lados, y los bastones me ayudaban a frenarme. Se me hizo larguísimo, pero por fin llegaba a la zona de la Manzanilla, seguía más abobado de lo normal, pero a la vez me acercaba a Tunte y el amanecer estaba más cerca. Intentaba decirme que así ahorraba energías para luego cuando despertara, pero sólo era un deseo.

La bajada a Tunte fue lenta, me sentía inseguro. Llegaría a Tunte mojado y con malas sensaciones poco escasos minutos antes de las 6 de la mañana (la foto lo dice todo). Allí nos esperaban los Conesa, un caldo caliente, todos bajo la carpa porque rascaba el frío, me tomé un café solo (nunca tomo café) para ver si despertaba. En cualquier caso parecía que veía un poco más alrededor, y hasta captaba las bromas de los que poco antes no reconocía ...



Se escucharon las campanadas. Tras comer un poco, quedarse apetecía poco por la temperatura. Saldría minutos más tarde con mejores sensaciones, sin haberme abrigado más. El aire pronto me haría sentir escalofríos al pasar junto a la iglesia, y aproveché la parada de la guagua para ponerme una camiseta térmica bajo el impermeable. Y a subir. Pensándolo ahora creo que fue el trozo de subida que más disfruté. La sensación de calorcito, ver que el cielo empezaba a aclararse, me sentía por fin despierto. Había perdido tiempo para mi objetivo inicial de bajar de las 20 horas, pero allí estaba. El final de la subida coincidí con un corredor de la Sur-Norte, y los ánimos estaban ahí. Sobre las 7 llegaba a Cruz Grande, y en la foto de Alberto Cardona hasta sonrío. Una cara muy diferente a la de una hora antes llegando a Tunte.







El amanecer y su luz embellecían el recorrido. Hasta Chira creo que me adelantaban un par de corredores y yo cogía a Alario que iba con molestias en un ojo. El resto solitario, sin prisas y teniendo cuidado con no reincidir en las torceduras del tobillo. Quizás no fueran todavía las 8 cuando cruzaba el muro de la presa, me paraba y me quitaba todo el abrigo. "Ojalá llegue el calorcito", me dije. De Chira a Soria estaba la bajadita que no es mi mayor ilusión por lo pedregosa, pero con tranquilidad llegaba minutos antes de las 8:45, sin novedad. El sol además parecía querer salir. Ya Las Niñas estaba cerca, el ecuador de carrera, y quedaba subida donde esperaba encontrarme de nuevo a gusto. Tras el caidero de Las Niñas, volvía a ver a Pablo que me adelantaba durante mi siesta en ruta en la subida del Diablo. Parecía que me funcionaban las piernas subiendo. Pasadas las 9 y media llegaba al punto de avituallamiento. Si mantenía el ritmo, estábamos en la mitad, estaba aún con posibilidades de bajar de las 20 horas.

Allí estaba de nuevo el encuentro con Jesús. Comencé con ánimos la subida, y buenas sensaciones, me pasaba De Pedro con muy buen ritmo, pero me mantenía en mi ritmillo. El ritmo con Pablo era similar, y nos acompañábamos. Quizás en ese trayecto no comí todo lo que debería. De esta forma cuando comencé a intuir el Nublo tuve sensaciones de estómago vacío. Tiré de la pella de gofio que llevaba para tranquilizarlo, pero pese a ello cuando por fin se veía a lo lejos el Nublo, noté que Pablo me iba sacando metritos, y tuve finalmente que pararme a comer a un lado del sendero. Minutos más tarde llegaría al avituallamiento de mamarrachos y mamarrachas y no podía llegar con mala cara. Conforme te acercas, el sendero se estrecha, y daba la impresión que los que habían pasado antes no eran demasiado altos porque una y otra vez chocaba contra ramas con mi cabeza.

Por fin llegaba al punto de avituallamiento. Eran las 11 pasadas, y en más optimista de mis planificaciones me imaginaba pasar por allí sobre las 10. No se habían dado las condiciones, pero excepto por el hambrilla que había sentido en los minutos previos, parecía todo en orden. Me detuve a saludar a los niños. Había sólido además, y bebí una bebida de cola para intentar que no se repitiera la modorra de la noche. Adassa me había traído la peluca roja, muchas fotos, me alcanzarían Iña y Javo a los que creía por delante. Y finalmente seguí con ellos. Los veía algo más ligeros, pero pude acompañarlos hasta el Roque Nublo donde llegábamos poco antes de las 12:30. En la bajada al aparcamiento se me escapaban, creo que aún me faltaba comida. Pese a mis deseos de apretar y llegar a Garañón, veía difícil llegar a Garañón con poco tiempo perdido sobre la una. Quizás fue un error pensar tanto en ello, porque me desanimé en ese tramo. No hacía frío, iba a mi ritmo a solas, coincidiendo a ratos con el grupo de Basilio. Algo más de una hora para llegar a la cumbre. ¡Bah! Estaría sobre las dos de la tarde en el avituallamiento. Complicado. Bajaba algo desanimado, y llegando al Corral de los Juncos notaba que el calzoncillo que había usado exclusivamente en las ultras de los últimos dos años, se estaba haciendo viejo. Las costuras me estaban rozando y pese a incluso haberme puesto vaselina antes de la salida, molestaba. Me eché a un lado, me cambié, y me volvían a coger el grupo de Basilio, al que se había unido Pablo, que aflojó más que yo tras el Nublo. Con ellos llegaba a Garañón poco después de las dos. Sabía que para llegar a meta antes de las ocho de la tarde, tendría que ir ligero, pero no lo hice. Me paré, saludé, comí una pasta bien rica, me descargué la ropa de abrigo excepto el impermeable. Vería como todos se iban y cuando ya casi me marchaba también yo, Pablo me decía si le esperaba. Habían pasado casi treinta minutos en el punto. Llegaban en ese momento Alberto y Jesús.



Tras salir las piernas parecían ir bien, había tenido alguna sensación en una rodilla, pero quizás se debía a un golpe con una roca en la zona de las presas. El sol nos acariciaba, era agradable, y tenía la sensación de que estaba hecho. Era cuestión de paciencia cubrir los cuarenta y tantos kilómetros. Como no encontraba ganas de luchar por el tiempo, le dije a Pablo, si le parecía que nos acompañásemos hasta la meta. Y así hicimos. Trotamos en zonas favorables y adelantamos a escasos corredores. No sería hasta Lanzarote donde encontramos a algunos de la Sur-Norte. Pasábamos algunos de nuestra prueba y nos pasaban otros más motivados y con ganas que nosotros. Intentaba animar a Pablo para llegar a Teror y saludar con emoción a mi familia, que me esperaba desde horas antes. Minutos antes además hablaba con Estrellita que me subía la moral y me hacía humedecer los ojos. No nos estresábamos, nos pasaba Alberto, y llegábamos a Teror cerca de las cinco y media. Íbamos lentitos. Además de la familia la acogida en Teror fue estupenda. El bocadillo no conseguí comerlo, pero se agradecieron los ánimos.

Si fresco y ligero tardaría hasta la meta algo menos de tres horas, tal y como íbamos asumía que rondaríamos las 4 si no había problemas. Pablo además se quejaba de la piel de los pies. Mi rodilla empezaba también a decir algo. No era un dolor intenso, pero decía "estoy aquí". Tras dejar Teror, se unía a nosotros Marco de Castellón. Aumentaba el grupo, aumentaba la cháchara. Trotamos un poquito en Osorio, y seguíamos con calma hasta la zona de Riquiánez, muchas comunicaciones telefónicas en ese tramo. Cubríamos caminos y todo se veía cerca, pasar las piedras del barranco y ya casi estaba. Todo parecía tranquilo, bajo control y era cuestión de paciencia. Ya se veía el mar. No me gustaba meterme en el barranco con la oscuridad, pero no se dieron las circunstancias para que todos apretáramos más. Sólo lo hacíamos cuando sentíamos frío para entra en calor. Por ahí nos pasaba de nuevo Jesús.

Serían sobre las 7 y algo cuando enfilamos la bajada hacia el barranco. Fue una sorpresa ver que estaba resbaladiza, y mucho. El trozo hasta Santidad, se convirtió en un patinaje, se hizo francamente largo. Tampoco hasta el barranco el terreno ayudaba. Al llegar al fondo para más emoción empezó a llover. Marco no aguantó más y se echó a trotar entre las piedras. Pablo y yo seguimos al ritmo. Pablo además parecía ir cada vez más tocado de los pies, como para dejarlo. La lluvia no sólo no paraba sino que aumentaba. Empezaba a pensar que llegar antes de las nueva sería complicado. Avanzábamos penosamente, hacía frío, cuando pensé en los guantes que había dejado en la mochila, comprobé que estaban empapados, había dejado la camiseta térmica en Garañón, por lo que no había más. No hacía sino escupir el agua que me bañaba la cabeza. Pablo me preguntó si estábamos cerca del final del barranco. Le mentí cuando quedaban aún tres curvas del barranco, para animarlo. Con suerte no lo recuerde ;) Cuando ya éramos todo agua, alcanzamos el inicio de la subida a Tenoya. No me sentía mal de piernas, excepto la rodilla, pero estábamos helados, por suerte la subida nos calentó un poco. Quizás aflojó la lluvia un pelín en ese momento, o quizás fuera que en la cuesta había más agua bajando y empapando las zapatillas, que la sensación parecía un poco mejor.

No tenía sentido detenerse en el avituallamiento, agua no necesitábamos y el deseo de llegar era enorme. Nos juntábamos ahí con Mónica, nos avisaba un vecino de lo resbaladizo que estaba el camino que seguía. Nos aconsejaba precaución. La lluvia volvía apretar. ¡Vaya regalo! Jesús volvía a adelantarnos.

Los senderos no estaban peor que los anteriores, y sí, resbalaban. Nos íbamos sintiendo cada vez más altos y perdiendo agarre por el barro que se adhería las zapatillas. El trozo de bajada tras la palmera fue incómodo. Y seguía lloviendo. Mientras les decía los demás que sólo nos quedaba una subidita. Veíamos algunas luces de otros compañeros de fatigas. La subida de los Giles acababa por fin con la luz de una voluntaria que allí estaba aguantando lo que caía como nosotros. Se acabó subir, Pablo dijo que corríamos o se helaba. Animamos a Mónica y nos pusimos a trotar. Se podía. Pasamos la carretera, y continuamos. Llovía fuerte, tuve que pararme a vaciar la vejiga, y les dije que siguieran. Me lancé tras ellos, entre quienes adelantábamos, entre el agua y la oscuridad creo que sólo pude distinguir a Paco porque llevaba a Colacho. Llegando a los invernaderos comencé a sentir por fin algo de calorcito. Llegamos al asfalto y ya no podíamos parar, la bajada trotando. Animamos a Jesús y creo que Marco, que se unen y con ganas nos dejarían poco después por la casa a falta de poco más de 2 kilómetros. Tras saltar la cadena parecía que incluso se me habían secado las manos. Preguntamos a Mónica si quería entrar antes, prefirió ir al "baño" y nosotros seguimos. Nos encontramos con piscinas en la carretera, pero por fin no llovía, ya todo daba igual y las atravesabas como si tal cosa, limpiando las zapatillas. Con la
pintada del último kilómetro nos paramos para llamar a meta, por fin tenía las manos secas como para manejar el teléfono. Pero no daba señal el muy cabrito. Seguimos, se me iban las piernas. Pablo me decía que esperaba, cruzaba, y las piernas se lanzaban. Tuve que frenarme, nos esperábamos, me puse la peluca, intenté ajustar el frontal. Gritaba a la meta, y el subidón de la llegada nos embargaba por unos minutos (Gracias a Miguel minuto 5:10 del vídeo).






Cerveza fría, caldo caliente, y el fallo de no haber previsto que lloviera al llegar. Como vivo cerca no había pensado en dejar bolsa de meta, y un día como ese, el frío estaba metido en el cuerpo. Comí lo que me dejó el estómago y para casa con las piernas envueltas en la manta térmica, tiritando, con la rodilla y tobillos derecho renqueantes para unas cuantas semanas. Pero eso sí, el reto conseguido en poco más de 22 horas. Seguramente con fiebre por fin en una cama, por mi cabeza pasaban programas y variables, probablemente deliraba, o bien mirado quizás lo hacía ya desde el principio de esta pequeña historia.

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