miércoles, marzo 13, 2013

De paseo por el NOA

Tras el viaje nocturno en coche cama desde Córdoba con El Rápido, mucho más cómodo que la experiencia para llegar a Córdoba, llegábamos a Tucumán con curiosidad por pasar unos días deambulando por el Noroeste argentino (NOA)

Lo primero que nos dice Pablo en el punto de información de la estación, tras intentar descifrar mi acento, es que le encanta (Pepe) Vélez. Pablo hace además recomendaciones para el recorrido de los próximos días, y nos gestiona un coche de alquiler para movernos en los escasos días disponibles. En mis intentos previos de reservar uno con anterioridad, me pedían abonar por adelantado ...


Nos ponemos en camino hacia la Cuesta del Indio en dirección a Tafí del Valle. A la salida de Tucuman sorprenden los lavacoches que desde el arcén buscan clientes. Pasamos por Famaillá, entendiendo a la vista de las plantaciones, que sea la capital de cítricos y caña de azúcar. A poco de comenzar la cuesta tras salir de Tucumán, aparecen señales de obras y de nuevo un control. Esta vez me pedirían toditos los papeles pero no una ayuda (parece  no ser entonces algo generalizado), y ciertamente el uniforme no parecía de policía.


Tras el bosque de la Cuesta del Indio, y las frecuentes paradas de algunos minutos por obras en las carreteras (a lo largo del recorrido esa seana serían constantes las reparaciones viales), llegamos al Valle, donde el paisaje se abre de repente. Con parada en El Mollar para ver los menhires de la zona reubicados, un tanto triste, y Tafí del Valle. Sin quererlo estamos  a 2000 metros de altura, los árboles han desaparecido, y nos cuentan historias de los jesuitas que hasta allá llegaron con un piano para facilitarse la entrada en contacto a través de la música con los nativos. Hoy guaguas de turistas que parecen nacionales, y que hacen la ruta de los museos de la zona parando en Tafí a reponer fuerzas.


Los rostros locales comienzan a exhibir un aspecto más andino. Desde Tafí subimos hasta el Infiernillo, el paso hacia los Valles Calchaquíes sobrepasados los 3000 metros de altura.  Ese día no tenía ni aspecto infernal, ni la temperatura que se puede esperar en invierno. Al otro lado, el descenso hacia los valles Calchaquíes. Los primeros cardones surgen al aproximarnos a los 2000 metros, poco antes de llegar a Amaicha del Valle. A su entrada exhibe orgullosa el eslógan "el mejor clima del mundo". Me resulta algo dudoso rondando los 2000 metros de altura... En esta localidad está el recomendable Museo Pachamama creado por el polifacético Héctor Cruz, y al parecer también polémico en la zona, quien cuenta con una sala con sus obras. En cierta medida lo que la visita me dijo de él, me hizo recordar a César Manrique.


Continuando camino hacia Cafayate, desde hace pocos años es posible visitar las  espectaculares ruinas de Quilmes. Ascender por ellas permite contemplar la amplitud del valle. Esa tarde además mostraba las prisas del sol por desaparecer en una tranquila tarde de invierno en el valle.

En Cafayate aseguran tener  los viñedos de mayor altura del planeta. Nos pilla la noche antes de llegar, pero por primera vez encontramos alojamiento a la primera en El hospedaje, y ni siquiera se ha hecho tarde. Acogedor y coqueto el lugar. Cafayate resultó encantador, y no menos la cena probando por primera vez la riquísima humita, y continuando con la docena de empanadas, acompañadas de torrontés (variedad de vid de la zona), y finalizando con el queso con dulce de cayote en la Casa de las Empanadas. Aún recuerdo la empanada Don Coro.

En Cafayate además de visitar mercadillos regionales, es posible realizar visitas a las bodegas, algunas en el centro de la localidad. Para continuar camino se puede optar por la Quebrada de las Conchas hacia  Salta, con numerosos puntos panorámicos, o seguir la ruta 40 hacia Cachí por la Quebrada de las Flechas.  Con las buenas sensaciones de Cafayate, optamos por tomar la ruta nacional 40, y dejar la Quebrada de las Conchas para una posible vuelta en el regreso hacia Tucumán.


El tramo hasta Cachí por la ruta 40 te hará conocer no solo el paisaje, sino también el polvo de las pistas argentinas durante decenas de kilómetros. Pequeños y distantes caseríos de minúsculas iglesias/ermitas sorprenden rompen de vez en cuando la monotonía del traqueteo sobre el polvoriento recorrido por el amplísimo valle. Es una pista, sí, pero de gran anchura y con indicación de cada kilómetro. Cuando por la noche abrimos el maletero, descubriríamos las bolsas cubiertas de polvo.

No hacía frío, pero las figuras que surgen cerca de las casas, deben conocer bien el sol de altura, y saben de sus cambios de temperatura, nadie iba en manga corta. Imagino que también caminar en manga corta cerca de la pista te empolvaría con velocidad. A Cachí llegamos añorando asfalto, y proseguimos. A los pocos kilómetros reaparece el asfalto, y nos dirigiríamos hacia Salta con la idea de poder llegar a dormir a Jujuy.

Antes de comenzar el descenso hacia Salta, se atraviesa el parque nacional Los Cardones. Una recta enorme con pasos para animales, y avisos de velocidad controlada por radar. La luz de la tarde ya anunciaba que quedaban pocas horas de cielo azul. Tras un leve ascenso que nos coloca de nuevo a 3000 metros arranca la Cuesta del Obispo que conecta con Salta, con trozos de nuevo de pista en los segmentos más pendientes. Tras terminar la parte más pendiente se nos une un campesino que hacía dedo, y nos acompañaría hasta Chicoana. Gracias a sus indicaciones pudimos atravesar Salta en dirección a Jujuy, porque sin GPS y la escasez de señalización en los accesos a las urbes por esta zona hubiera sido divertido. En general, cuando llega la noche hay que estar muy atento porque pueden aparecer animales en zonas poco transitadas y motoristas o bicicletas sin iluminación o reflectantes cerca de las localidades. Se la  juegan.


El nombre de Salvador de Jujuy me atraía desde la primera vez que lo leía sobre un mapa. Con esa ilusión pasamos Salta y tomamos la carretera que había visto como ruta más directa. Era ya de noche, y disfrutaba con la carretera solitaria, repleta de curvas, en los 50 kilómetros sólo encontraría dos coches, eso sí bastantes más vacas que pastaban a oscuras junto al asfalto. Luego descubriría que no es la vía más usada entre ambas ciudades, se hace un rodeo. Sin saber el día que era, nos la prometíamos felices, una carretera sin tráfico, encontrar alojamiento en Jujuy no debería ser problema, debe haber cuatro gatos por allí, ni siquiera es fin de semana.

Era 22 de agosto de 2012, y la tranquilidad de esos kilómetros no nos hacía presagiar lo que encontraríamos en Jujuy. Al entrar en la ciudad, de nuevo las indicaciones hacia el centro eran escasas. Al preguntar a un taxista me responde "quizás no se pueda acceder por el acto". ¿Acto? Ni idea, se veía gente como regresando con pancartas e incluso a caballo. Conforme nos acercábamos surgió el caos, aparecieron centenares de vehículos en un atasco espectacular, junto a caballos cabalgados por gauchos. Eran ya las 10 de la noche, necesitábamos buscar donde dormir, a duras penas conseguimos aparcar. El atasco impedía acercarse más hacia el centro, y nos encaminamos a pie desde unas diez cuadras. La operación de búsqueda de alojamiento estaba resultando infructuosa. Nos comentan que al día siguiente  se celebraba el bicentenario del éxodo jujeño. ¿Perdón? Al día siguiente tendría lugar un desfile cívico militar conmemorando el éxodo ante la llegada de las tropas realistas (españolas)  que intentaban sofocar el alzamiento independentista doscientos años atrás (tras la independencia luego durante decenas de años la historia argentina tendría conflictos bélicos internos) .

En resumen, el mejor día para llegar a Jujuy sin alojamiento reservado. Sobre la media noche  pudimos encontrar una reserva cancelada en el hotel Gregorio I, no era lo que buscábamos, pero era medianoche y lo único que habíamos podido encontrar. ¿Dónde había quedado Cafayate? Pese a lo chic del hotel y el precio, curiosamente por la mañana descubriríamos que el agua caliente parecía ser desconocida en el baño. En el desayuno, eso si bueno, veríamos a varios elegantes gauchos, que luego nos explicarían que uno de ellos era un alto representante de los gauchos argentinos. Nos movemos en unos círculos ...





Tras un breve paseo por la colapsada Jujuy, esa misma mañana emprendimos viaje lejos de las urbes, hacia la quebrada de Humahuaca. En nuestro camino hacia Humahuaca, disfrutaríamos de los paisajes no sólo del recorrido, sino del cerro de los siete colores de Purmamarca, su enorme mercado regional, la tranquilidad de Tilcara con su Pucará, probando las peimras empanadas jujeñas de llama. Finalmente llegábamos a Humahuaca, y tras dar preguntar en un par de casas, encontrábamos donde dormir. A excepción del refugio de Altavista del Teide supondría para mí el segundo lugar a 3000 metros de altura donde pasaría la noche. Antes tendríamos tiempo de saborear un estofado de lama acompañado de buen vino.
 

Al día siguiente recuperamos camino, ascendiendo desde Purmamarca hacia el gran salar. La carretera de ascenso resultó muy llamativa, con una degollada a poco más de 4000 metros, tras la que comienza el descenso hacia el salar. No hacía frío, y comenzaban a aparecer camélidos. Los que estaban antes del salar creo que eran guanacos. Tras la parada en el salar, nuestra intención era ir hacia San Antonio de los Cobres. De nuevo la ruta 40, en su formato de ripio para unas cuantas horas. Pese a lo largo del trayecto, el paisaje del altiplano impresionante, y más aún al encontrarse con una manada de llamas.



San Antonio resultó menos animado de lo esperado. hasta allí llega el costoso tren de las nubes. Eso sí, al menos pudimos avituallarnos con más empanadas de lama. Entre los rostros locales andinos, los nuestros destacaban tanto que en pocos minutos se nos aproximó una persona, que por su tez no era de la zona, a ofrecernos alojamiento. Nos quedaba una noche antes de regresar a Tucumán y optamos por intentar llegar a Cafayate, así que proseguimos hacia Salta.


La teoría es que la pista se había acabado pero durante el paisajístico descenso hacia Salta encontraríamos varias decenas de kilómetros no asfaltados, nos soprenderían de nuevo pequeñas iglesias que parecían maquetas o forradas de alumino. No llegábamos a Salta con luz suficiente para degustar la Quebrada de las Conchas, así que una vez en la ruta 68 buscamos donde dormir en Coronel Moldes, donde por suerte además encontramos un lugar para comer algo, eso sí, plato único era la oferta.


Para el día siguiente dejábamos un recorrido casi por completo conocido. Disfrutamos de las formas caprichosas de la Quebrada de las Conchas, de un nuevo paseo por Cafayate, con nueva parada en la Casa de las Empanadas. Ya por la tarde pararíamos esta vez en el Museo Pachamama, antes de emprender la subida hacia el Infiernillo. El tiempo había refrescado, en el valles estábamos según el coche a unos 12ºC con el cielo despejado, tras dejar los 3000 metros de altura del Infiernillo, vislumbré un mar de nubes en el valle, al acercarnos destacó la vegetación helada, en unos minutos la temperatura pasó a -6ºC. Por suerte era un frío seco, y fue subiendo conforme proseguíamos el descenso hacia Tucumán. 


Llegaríamos de noche y de nuevo las pasé canutas para orientarme hacia el centro con la escasa señalización bien iluminada. Como era norma, el alojamiento resultó no ser fácil, acabamos en un hotel, era sábado y la ciudad con ambiente. La cena en "Il postino", tiene buenas críticas, mucho ambiente pero no resultó nada especial. Al día siguiente cogeríamos camino hacia Misiones, nos esperaban 20 horas de trayecto en guagua, tiempo para descansar y reponer fuerzas.





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lunes, marzo 11, 2013

Ischigualasto y Talampaya en un fin de semana

Ciertamente no recomiendo dedicar un solo fin de semana para visitar estos  parques argentinos, pero el ímpetu por aprovechar los días para recorrer varias zonas del norte argentino, me llevó a planificarlo así. 

Los parques de Ischigualasto (o Valle de la Luna) y Talampaya se encuentran a cierta distancia  de cualquier ciudad, las más cercanas son La Rioja y San Juan. En nuestro caso por la disponibilidad  de tiempo y la facilidad para conseguir un coche de alquiler, escogimos Córdoba, que está a algo más  de 400 kilómetros de cualquiera de los dos parques. Si se dispone de más tiempo es posible  organizarse con los servicios de omnibuses, pero requiere precisamente eso, más tiempo.

Era el primer fin de semana en Argentina, y con el recuerdo que tenía de las guaguas chilenas, la opción escogida fue llegar desde Madrid a Ezeiza (aeropuerto internacional de Buenos Aires), y viajar en un coche cama hasta alguna ciudad próxima a los parques. Como la llegada al aeropuerto era sobre las ocho de la tarde, por anticipado el destino con más opciones era Córdoba. Tras los múltiples consejos de no intentar llegar a Retiro a pie de noche por seguridad, usamos el servicio de bus de Manuel Tienda León. El precio es de aeropuerto, y el vehículo bastante añejo, pero por unos pesos más te dejan en la puerta de la terminal de Retiro.

No eran las 11 de la noche del jueves, y la primera sorpresa del viaje fue que sólo había plazas en un coche semicama a medianoche. Luego descubriríamos que comenzaba un fin de semana largo por la celebración del libertador San Martín. El mito de los coches cama que había conocido en Chile, esa noche desaparecieron. La única opción fue cutre, eran butacas viejas e incómodas con un aire acondicionado enfriando en exceso. No conseguir demasiado me permitiría contemplar el paisaje de La Pampa con sus infinitas plantaicones. Cuando se acercaba la hora de llegada, hubo una larga parada, que una hora después resultó ser una avería, de la que nos enteramos por otro pasajero. Curiosamente nadie se quejó (allá donde fueres haz lo que vieres). La compañía Plus Ultra - Mercobus (creo que el coche era de Mercobus) la recordaré por haber sido la peor experiencia durante esas semanas en Argentina.

Al final el retraso fue superior a dos horas, el cansancio, hambre y el incipiente resfriado marcaron la primera impresión de Córdoba. Al no tener claro si lograríamos conectar esa noche no teníamos reserva, unido a que resultó ser un fin de semana largo, no fue fácil ni encontrar alojamiento para por fin descansar, ni el coche para la mañana siguiente.

Tras descansar, el objetivo era llegar el sábado para el último turno en Ischigualasto, y reservar el domingo para Talampaya. Según la predicción de google los 400 y pico kilómetros se podían hacer a tiempo. La impresión era que sobraría tiempo, pero la realidad fue que  el trayecto desde Córdoba hasta Ischigualasto, presenta mucho tráfico, con innumerables cruces, semáforos y curiosas interrupciones. Sobre todo en la parte  inicial hasta prácticamente Cruz del Eje dado lo concurrido de la sierra cordobesa y alrededores. 

Al conductor novato en  Argentina, le sorprendían la cantidad de controles policiales que pueden surgir. Lo más sorprendente fue cuando en uno  de ellos, en la frontera con La Rioja, nos solicitaron colaboración (económica se entiende). Una vez alejados, el tráfico desaparece, es importante tener en cuenta que si llevas vehiculo, el número de localidades disminuye, y no hay que descuidar el depósito. Reposté en Chamical.  


Tras las peripecias, llegamos a Ischigualasto, también conocido como Valle de la Luna. Una curiosidad del parque, que no es atractiva, es que se requiere un vehículo para poder visitarlo, y es una pena pero no parece existir  otra posibilidad que recorrer la zona accesible en convoy con los guías. Según la información del parque  es también posible realizar un ascenso hasta un pico, pero desconozco si requiere ir acompañado de guía. Ambas  actividades tienen coste. Mi ilusión de llegar para el último turno es que podríamos disfrutar de los colores del parque con los últimos rayos de sol. Al ser el fin de semana, y festivo, el número de personas del convoy fue grande. Se realizan varias paradas, y en la última nos permitieron quedarnos sin prisas. La mayoría sin embargo se fue. Fue probablemente el mejor momento dentro del parque, con toda la tranuilidad para contemplar las luces y colores de la puesta de sol.


Desde Ischigualasto hasta Talampaya hay más de 100 kilómetros, y sólo una pequeña población entre ambos, Baldecitos, pese a que intentamos buscar referencias por si disponían de alojamiento, no lo conseguimos por  anticipado, y al pasar de noche por el caserío, no vimos nada que pareciera activo ni gente a quien preguntar.  Al día siguiente nos dirían que hay un albergue que está empezando y por eso no hay excesiva  publicidad. Hablaron maravillas del chivito. ¡Lástima!

En Talampaya tampoco hay alojamiento, está en medio de la nada. Se debe continuar hacia Villa Unión, o probar en los pequeños núcleos intermedios. Villa Unión cuenta además con gasolinera.  

Son unos 50 kilómetros más. En nuestro caso, lo divertido fue que coincidía con un fin de semana largo, y al llegar a Villa Unión, no había alojamiento de ningún tipo. Y todavía fue más preocupante cuando al intentar repostar en una gasolinera nos dicen que no tendrían hasta el lunes, y descubrir una cola en  la segunda. Afortunadamente la cola era exagerada, no estaban escasos. 


Preguntando nos comentan opciones de alojamiento 70 kilómetros aún más lejos. Distancias que para un canario resultan enormes. Así que optamos por darnos una buena cena, antes de deshacer los 50 kilómetros para dormir en el coche junto a la entrada del parque. Como la cena dejó recuerdo, merece la pena nombrar la parrilla "La Palmera", donde paramos por el nutrido ambiente que se observaba. Hambriento como estaba, primero senté las madres del largo dia con un plato de locro, antes de saborear mi primer bife de chorizo en Argentina. Decoración rústica, con un baño también muy curioso...

Imaginen un desierto, a unos 1000 metros de altura. Era Agosto, hubo suerte y frío no sufrimos, pero eso sí, como se pueden imaginar, el cielo estrellado  del desierto es espectacular, y el amanecer en esa soledad impactante. 
Obviamente por la mañana entramos los primeros en el parque. Y pronto descubrimos que este parque además ofrece posibilidades para el visitante. La entrada al parque da derecho al transporte a la entrada  del cañón, donde permiten realizar un pequeño paseo por la zona de los petroglifos. 


Pero cuidado, este transporte gratuito sólo se realiza a primera y última hora. De esta forma la gran mayoría de visitantes  se ven "invitados" a realizar la excursión en vehículo, que recuerda a la de Ischigualasto. Sin embargo , existe la posibilidad de realizar una ruta a pie con guía, eso sí las salidas se realizan temprano entre las 9 y las 10. Curiosamente sólo el 4% de los visitantes  la realizan. El coste es similar a la ruta en coche, pero yo lo recomiendo. Fueron unos 13km, que si ciertamente no cubren todas las paradas de  los visitantes motorizados, nos mostraron con mayor tranquilidad el ascenso por una quebrada anexa, para posteriormente descender al cañón de Talampaya, y disfrutar de toda su  inmensidad. 



Si vas con más tiempo, Talampaya cuenta con otras zonas para acceder algo más al sur, de las que otros caminantes me hablaron  muy bien ("¿Arco iris?").


La vuelta a Córdoba la hicimos a través de la cuesta Miranda, que fue mi primer contacto como conductor con una  de las pistas argentinas. Espectaculares vistas, pero alarga el trayecto. La llegada a Córdoba presentó de nuevo alguna dificultad para encontrar  alojamiento por la festividad, pero pudimos descansar antes de emprender camino hacia el NOA a la noche siguiente, no sin antes pasear por Córdoba con nuevos ojos y saborear una parrillada libre en la recomendación de un cordobés, "El patio" en 24 de septiembre.

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